lunes, 4 de marzo de 2013

Robos de domingo

Estoy en la fila rápida del Disco. Máximo seis unidades. La cajera se llama Yenny y está en capacitación. Conversamos sobre su aprendizaje, la ciudad y la lluvia que se aparece cuando menos se la espera. Me dice que no entiende: cuando me pide la tarjeta Más, yo le paso la de crédito por equivocación y cuando me pregunta de nuevo, le digo me la olvidé, no importa. “Estás distraído”, asegura. “O enamorado”. Le digo entonces que sos de otro planeta. “¿Cómo E.T.?”, dice bajito con media sonrisa. “Algo así”. Después de un breve silencio le hablo de tus ojos. “Nunca conocí a alguien con ojos grises”. Antes de irme, Yenny me pregunta “¿La querés mucho?”. “Tanto que no sé si me la inventé”. Mientras camino a casa supongo que sería feliz si yo pudiera ser vos porque estaría contigo todo el tiempo, con cada canción que bailaras, cada libro que leyeras y cada viaje que emprendieras, encontrando en tu corazón un lugar para dormir poco antes del alba. Entonces, ¿Puede alguien hablar con un fantasma?”, me pregunto al mirarme al espejo y no ver ahí nada.

sábado, 2 de febrero de 2013

11 y 6

  Era una mañana de verano, de calor húmedo. Mi estado de ánimo oscilaba entre la euforia y la depresión. Mis amigos lo atribuían a que había dejado de fumar. Esperaba en la misma parada, el mismo omnibus, a la misa hora con el mismo guarda. Pero la fotocopiadora se trancó. La vi apenas saqué el boleto. Cuarta fila, derecha, contra la ventana, sentada sola. Dormida.
Supe entonces dos cosas. Que ella era perfecta para mi y que si no hacía algo no la volvería a ver nunca más en mi vida. Algo me hizo acordar al Vasco. El me dijo que las mujeres que valen la pena se merecen un discurso largo. Y después seguir el consejo del japonés, comenzar la historia con un "Había una vez" y terminarla con "Es una historia triste, no lo crees?".
Acomodaba mis papeles en la cabeza, pero no aparecía nada interesante. Una luz que se pone amarilla, un conductor prudente que frena de golpe, ella que se despierta, yo que me toca.

- Había una vez un niño y una niña de nueve años. Ella se llamaba Daniela, pero le decían Dani. El Henry pero no le decían otra cosa. A Dani le faltaba un brazo. En realidad medio, desde un poco más arriba del codo. Ella nunca le dijo cómo lo había perdido. A el no le importaba. A sus padres si. Arriesgaban malformación de nacimiento o accidente (de tránsito o doméstico) en partes iguales. Lo importante es que a Dani le faltaba un brazo. O medio.
 Usaba siempre camisas o remeras de manga larga. Tenía algo que llamaban prótesis, pero no era otra cosa que un brazo de muñeca. Se las ingeniaba bastante bien sola en todo. Como no podía atarse los cordones, prefería usar suecos.
Como vivían cerca, se tomaban el mismo onmnibus para ir a la escuela y no tardaron en hacerse amigos. A esa edad es fácil, sólo basta tener algo en común, aunque sea un color favorito. Si alguien me apura, ahora que pienso, ella fue su primera amiga. Si me siguen apurando diría que fue su única amiga. El pulso sexual terminó por arruinar el resto de sus relaciones con el sexo opuesto.
A Dani le gustaba mucho pintar uñas. Su madre no la dejaba pintar la prótesis. Así, Henry se ofrecía para que le pintara las suyas. El amaba el olor del esmalte, le hacía acordar a su madre. Además, mientras se las pintaba, Dani le contaba cosas geniales. Un día le dijo que su número favorito era el seis. Era el primer número que no podía contar con los dedos de su mano. Representaba todo lo que ella soñaba y no tenía. Nunca le explico bien que eran esos sueños, se le llenaba la garganta de nuditos cuando lo intentaba. Y Henry sabía que ahí no podía hacer nada y esperaban callados que el esmalte se secara.
 Una de esas tardes de manicura, el olor a esmalte fue demasiado para Henry, le recordó tanto a su madre que no pudo contenter las lágrimas. Dani le había dicho que ella sentía a veces cosquilleos en el brazo que le faltaba. Así se sentía el sin su madre, sintiéndola estar donde ya no estaba.
 Dani dejó que Henry se descargara un rato llorando. Luego se levantó y trancó la puerta del cuarto. Después mirando el piso le dijo:
-¿Querés ver algo que nunca viste? Cerrá los ojos.
Cuando Henry volvió a abrirlos Dani se había quitado la camisa. Vestía un musculosa blanca y se había sacado la prótesis. Los dos miraban el muñon en silencio. Nunca nadie se había expuesto así para el. Esa fue la primera vez que Henry vio a una mujer desnuda. Una mujer de nueve años. Una mujer desnuda con la ropa puesta.

Es una historia triste, no lo crees?



miércoles, 12 de septiembre de 2012

This must be my time to go away...

"Usted Señor Muñoz nunca aprenderá a escribir"


Condenado en la cruz al alba está el espantapájaros. No es más viejo que los tomates que seducen en cajones del mercado, pero una carrera al tiempo parece haberle ganado.

Sus ojos, apenas una ceniza de aquella brasa vigilante y protectora, palidecen. Los pájaros, risueños, ahora lo rodean y le confiesan el miedo perdido.

Lleva su decadencia con dignidad, con ese “puedo solo” de tanto viejo cargado de arrugas y años. Porque en el fondo sabe. Florecerá con otras ropas, en otro rincón, y otra vez será digno de la confianza del hombre.

Los pájaros renuevan su capacidad de equivocarse en cada nueva cosecha. Volverán a evitar esa  estatua, huirán aterrados de fantasías de piedras, plomo y jaulas.

Sin embargo, llegará el día que esos brazos levantados sean otra vez una invitación al abrazo. La costumbre. La rutina. El tedio. Batallas que se ganan por cansancio.

Pero será tarde para el hambre. Ya se habrá cosechado lo que se había sembrado. Quedará en el fondo solo el campo cansado.

Otra vez se cae la careta. No hay nada que temer. Esa figura harapienta es un mendigo de amor. No hay nada de ira, sólo una serena súplica.

Desde ese día no responderá a su nombre. Los pájaros lo rodearán, lo desnudarán para luego vestirlo de trinos.

Y así, su armadura otra vez será árbol.

http://www.youtube.com/watch?v=XyMVAGoGTXo

viernes, 31 de agosto de 2012

Ciento cuatro siento tanto

Si el corazón pensara, se detendría.

La primera vez que te vi tuve ganas de abrazarte.
Un nenito que pedía upa.
Nada de coger y esas pavadas.
Dormir contigo, en el sentido más honesto de la palabra.
Qué el 104 siguiera de largo, sin respetar recorridos, horarios ni paradas.
Levantarnos en Brasil, desayunar banana frita y reirnos sin pensar en nada.
Saber tu nombre, la historia de esa cicatriz debajo del labio y ponerle nombres a todos los lunares de tu espalda.
Yo después te hablaría de mi. Te contaría todo lo que me aterra y disgusta, y me quedaría desnudo con la camisa transpirada.
Una música sonaría, imperceptible al principio.
Audible sólo después, cuando ya la estuvieras bailando y me invitaras.
Los músicos no bailamos.
Los cobardes son los que no bailan.
Dale, vení! Que vengás! De venganza.
Por todas esas veces que quisiste ser y no fuiste.
Pica por mi y todos los Henry. Todos salvados. Todos acá.

Flaco, flaco...no oís? Me bajo en la que viene, dejame pasar boludo.


jueves, 19 de julio de 2012

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Era Julio
el patio, al irse la mañana
traía de la mano al frío


y el viento
perro chico 
corría hojas en un remolino


Todos distraídos
entretenidos en juegos
sin ningún sentido


Fue la primera vez
que la marioneta
me mostró sus hilos


Entonces no lo supe
pero es hoy que digo
ese recreo ha concluido.





sábado, 26 de mayo de 2012

La Carta


Don Enrique,

Lamento no haber hablado más con mi padre. El fue un hombre de campo y en algún punto entendía más a las plantas que a las personas. Ojalá acometiera yo alguna tarea con la pasión con la que el combatía la hormiga. Verá, yo no pude parar de leer su entrevista y, como en la escuela, puse ese garbanzo entre algodones.

Abandonada a su suerte, abrigada en una tibia humedad, una idea comenzó a germinar. Pude adivinar en el verde de su débil tallo un potencial cambio en mi vida. De todas formas, no especulé con la forma de sus hojas o si me proveería de frutos sin semilla. Pero al corazón no se lo engaña.

Una tablita que se rompió en mi infancia me privó de muchos lujos. Pero hubo uno que olvidó llevar. Mi replica del Calypso de Cousteau para armar. Me recuerdo jugando con él, con una media roja en la cabeza y diciendo con voz nasal “nos adenggtramozzz eng las poggfundidaes del Niagara…” Tiempo después Ud me hace notar que el propio Cousteau fue un publicista, que subió el mundo marino hacia nosotros, haciéndonos mejores en el asombro.


Alguien me dijo que la gente no pierde el tiempo. Se aferra a unas pocas casualidades y funda sobre ella su existencia. Mis ganas de tener un trabajo creativo. Su precepto de iniciar la agencia con gente que no hubiera trabajado en publicidad. La sed y el agua.


No quiero quitarle más tiempo, le adjunto mi CV con la esperanza de poder algún día conversar un rato mirando el mar. Alguien definió la locura como hacer las mismas cosas esperando distintos resultados. Este es mi disparo de cordura.


Un fuerte abrazo,


Henry

martes, 1 de mayo de 2012

2014


Una cita que los exploradores interpretan como un buen consejo a la hora  de iniciar su diario de viaje.

“Pierre,  nuestro guía alpino,  que se ha curado de su penoso mareo y ha recomenzado a escribir sus  memorias,  viene a pedirme que le preste «la que aleja las palabras». Me lleva un tiempo comprender que se trata de una goma de borrar”.
JEAN CHARCOT, Autour du Pôle Sud